Hace ya casi tres semanas que conseguí un pequeño reto: hacer la Romería de la Virgen de los Remedios completa. Fueron 16 km intensos, lleno de contrastes. Sentía un poco de inquietud ya que los 8km de la ida iba a hacerlos sola, pero realmente fue increíble. Cuando me he puesto a escribir este post realmente no sabía cómo hacerlo porque hay experiencias donde las palabras se quedan pequeñas, vacías.

Todo empezó de momento, fue una ráfaga de luz que se me paso por la mente como muchas veces ocurre en mi vida y me dice lo que tengo que hacer. Como tenía mucho que agradecer y mucho por qué pedir y por quién  pedir, me pareció una gran idea en hacer ese camino con devoción y cariño.

Por la noche apenas podía conciliar el sueño, estaba inquieta, nerviosa, como una niña pequeña que la llevan a su primera excursión. Por fin las campanadas del reloj de la plaza dieron las seis y me levanté contenta, a pesar del madrugón. Después de desayunar y asearme, prepare mi mochila y me dispuse a emprender el camino. Al salir a la puerta mire para todos los lados y todo estaba en silencio,  tan solo se oía el canto de algún gallo o el maullido de algún gato, pero sin rastro de seres humanos…. Se respiraba una paz que daba quietud y algún escalofrío por el frescor de la mañana en la Mancha.

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A la salida del pueblo está el Canal Tajo-Segura y allí me pare un momento para ver el discurrir del agua y como casi de mis pies salían conejos asustados al escuchar los pasos alegres de mi caminar. Me sentía como Blancanieves y me daba gana de dar brincos, reír y cantar alguna canción. Bueno al final solo sonreí, mire al cielo y di las gracias por el nuevo día. He de confesar que tras mirar hacia todos los lados y vi que seguía sola, me permití dar algunos brincos y soltar alguna pequeña carcajada…. Me sentía muy feliz.

Una de las veces que me giré vi a lo lejos que venía una persona, no sabía si era hombre o mujer, si era joven o mayor, tan solo que venía sola y que a lo mejor tenía el mismo sueño que yo. Llegué al Termino y me pare a hacer unas fotos y al poco rato , se acerco, un muchacho alegre, simpático y emprendimos juntos el camino que nos restaba. Mi compañero de viaje resultó ser Manolillo, como cariñosamente se le conoce. Tiene 20 años y una calidad humana impresionante. En seis horas de viaje, y  como a los dos nos gusta hablar, nos contamos la vida y fui descubriendo la suerte que había tenido al encontrarme con el. Entre otras cosas me contó que colabora con una asociación que va por los hospitales infantiles haciendo teatro para los niños que están ingresados y que consiguen hacerles reír y disfrutar con sus travesuras y sus canciones. Para que luego digan que la juventud está echada a perder… hay muchos jóvenes que como Manuel dedican su tiempo libre a ayudar a los demás y que llenan sus vidas haciendo felices a aquellos que mas lo necesitan.

 

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Nos íbamos dando ánimos ya que nuestras respectivas familias y amigos no creían en esa aventura y no nos sentían capaces de conseguirlo. Pero tanto Manuel como yo dijimos que si, que el reto seria conseguido.

Llegamos a la Roda y el silencio y la soledad se convirtieron en multitud y algarabía. Nos encontramos con un montón de feligreses que acompañaban a nuestra Señora de los Remedios. La piropeaban, le cantaban, tiraban pétalos de rosas frescas, flores y había gente que lloraba de emoción.

Los dos nos unimos al gentío, al fervor de la gente, a la alegría, la música y nos mirábamos contentos pues habíamos cumplido la mitad de nuestro recorrido.

La vuelta fue complicada por el calor, 36º, la multitud, y la lentitud de los pasos cansados de los romeros. Yo miraba a mi compañero de reojo y lo veía fatigado, sudoroso, pero siempre con la sonrisa y las ganas de seguir, seguir hasta el final.

 

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En el Término estaban nuestras familias y allí nos despedimos contentos y aunque aún quedaban algunos kilómetros sabíamos que era pan comido y la prueba estaba mas que superada.

A las 12:30 llegaba de nuevo a casa después de seis horas duras pero intensas y emotivas con la satisfacción de haberlo conseguido, de haber rezado a la Virgen mirándola a los ojos, haber tocado su manto, haber conseguido un alfiler y sobre todo de haber conocido a mi compañero de viaje. Tan solo con eso, el esfuerzo había valido la pena.

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