Encarna nació guapa, muy guapa… con una belleza que tal vez, para algunos, no correspondía con el entorno que le había tocado vivir. Desde bien pequeña llamaba la atención su sonrisa, sus grandes ojos, su brillante pelo que hasta el sol sentía celos de ella. Correteaba por las empedradas calles de su pequeño pueblo, se bañaba en las cristalinas aguas del río y hasta las aves y los peces se alegraban con su presencia. Encarna era un rayo de luz en aquellos años de la posguerra española, donde había pocos motivos para ser feliz, ella lo era. Siempre andaba canturreando coplas que oía a los mayores y se ponía una sabana como si de un traje de cola se tratara.

maribelmunoz_038Encarna fue creciendo y su pueblo por el contrario cada vez se le hacía mas pequeño y triste. Donde antes reía y el aire limpio llenaba sus pulmones, ahora cada soplo de viento le asfixiaba y cada día soñaba que marchaba a otro lugar donde fuera posible otra vida y otros sueños.

Sus amigas tenían envidia tanto por su belleza como por los sueños que rondaban su cabeza y la hacían volar hacia la gran ciudad. Madrid venia a sus pupilas y se veía corriendo por las calles, esas calles que ella había visto en el cine, en alguna película, o tal vez en el Nodo.

Un buen día la suerte le había cambiado, una hermana de su madre había llegado al entierro de la tía Carmen y ella no había parado de hacerle preguntas y de pedirle por favor que la sacara de allí, que ya no soportaba ni un día mas las calurosas jornadas en el campo y mucho menos las heladas mañana de invierno que congelaban las entrañas y la hacían morir un poco cada día.

Su tía quedo prendada de la belleza y el desparpajo de Encarna y preguntó a su hermana si era hacendosa, si cosía, lavaba, cocinaba, etc. Su hermana asintió y  se puso muy triste porque, sabía que tarde o temprano su hija volaría de allí y que mejor que lo hiciera bajo la custodia de su tía.

Habló con ella y le propuso viajar a Madrid a la casa de unos señores que justamente ahora se habían quedado sin servicio. Encarna comenzó a dar saltos de alegría y aunque no era lo que en sus sueños aparecía, el caso era volar de allí y encontrar otras formas de vivir y ser dichosa.

Su contacto con la realidad fue duro, Madrid era una ciudad grande y ella se sentía un tanto perdida y desorientada. La familia donde fue a parar no estaba del todo mal, aunque había mucho trabajo, los señores eran muy amables. El hijo mayor era muy guapo del que poco a poco  comenzó a enamorarse y pensar, pobre, que el también lo hacía de ella. Como ya creo que estaréis imaginando, Carlos se cameló a Nani, que es como ahora se hacía llamar, y le arrancó su prenda mas preciada con las promesas de siempre, que la quería mucho, que se casaría con ella, en fin mentiras que bien sabía el que no cumpliría. Nani era muy bonita, pero no dejaba de ser una criada y no entraba en los cálculos de su flamante carrera.

 

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La tía de Encarna se trasladó a San Sebastián  a vivir y al poco tiempo el destino le jugó una mala pasada y en las furtivas sábanas de aquella pequeña habitación de servicio, Encarna se quedó embarazada. Como es natural el señorito Carlos no quiso saber nada de esa pequeña criatura que empezaba a latir dentro del vientre de Nani. Le propuso presentarle a una mujer para que le ayudara a abortar y así quitarse el problema de encima, eso sí, todo correría por su cuenta.

Los bonitos ojos al igual que su corazón de pronto se iban marchitando de tanto llorar, de sentirse engañada y mancillada por el hombre que la había despertado al amor y del que había sentido sus afiladas garras.

Tras pensar y pensar que haría con su vida y con aquella otra que estaba creciendo dentro de ella, decidió que seguiría adelante y que iba a luchar con uñas y dientes por su hija, porque ella sabía, intuía que era una niña.

Escribió una carta a su casa diciendo que se casaba con un buen hombre que era conserje del Ministerio y que la quería mucho. Ella ya sabía que su familia no podía acudir a la boda y les prometió que iría en el viaje de novios. Los meses iban pasando y su vientre iba abultándose hasta que ya no pudo disimular más. Su señora era una buena mujer y aunque parezca extraño se compadeció de ella y la ayudó hasta extremos insospechables. Tal vez porque también intuía que esa niña era probablemente sangre de su sangre. Encarna dio a luz a una hermosa niña con unos grandes ojos como los de su madre y una tez blanca, blanquísima. Anunció a su familia que había parido a una sietemesina pero que todo había ido bien. Que pronto irían todos al pueblo a que conocieran a la niña y a Paco, su marido imaginario. Pasaron los meses y hasta un algunos años y el viaje siempre se iba posponiendo os podéis imaginar por qué.

Un buen día Encarna con algunos ahorros decidió viajar a su pueblo para ver a su familia y enseñarles a María, su hija. Ella no podía volver como un soldado derrotado, herido, maltrecho, por lo que pidió prestado un traje de novia lo metió en su maleta, se puso su mejor vestido y emprendió viaje a ese pueblo que la había visto nacer y corretear por sus calles.

Llegó triunfante, bella, bellísima, porque todas las penas y contrariedades no habían borrado sus preciosos rasgos y su piel que de tan blanca parecía transparente. Enseguida y como es lógico acudieron las vecinas, sus amigas, aquellas que tanto la habían envidiado. Sacó su traje de novia, lo extendió en la cama para que todas lo vieran y siguieran sintiéndola  como esa mujer que había nacido en un sitio equivocado. Le preguntaron por su marido, al que ella disculpó por tener mucho trabajo. También les presentó a María y todos quedaron prendados de su belleza y su dulzura.

Después de unos días Encarna se marcho a Madrid de nuevo, a seguir con su vida real y dejar atrás su mentira, su irrealidad, que durante unos días la había hecho ser feliz y mostrarse triunfadora delante de todos aquellos paisanos que salieron a despedirla a la “viajera” que la devolvería a lo que ahora era su hogar y su mundo.

A María nunca le faltó de nada, su madre trabajo de día y de noche para que la hija de sus entrañas tuviera todo lo que la vida real a ella le había negado.

El tiempo siguió pasando y María  era la razón de vivir de Encarna, se sentía dichosa de ver que su preciosa hija había estudiado y conseguido ser maestra y trabajaba en un afamado colegio de la capital. Una mañana de otoño, triste, nublada, lluviosa, llamaron a Encarna para decirle que su razón de vivir había tenido un accidente. Cogió su bolso, su abrigo y llegó al hospital desencajada, sin fuerzas porque ella intuía que la niña se apagaba como una vela, porque ella, su vida también se apagaba y no tendría mas fuerzas para seguir adelante. Cuando paso todo, Encarna volvió a su pueblo, con su hermana que le abría las puertas de su corazón y de su casa para juntas vivir los últimos años que les queden de vida.

Yo la he conocido este verano en la Iglesia, de luto riguroso, los ojos hundidos, el pelo blanco, una cara ausente y sin ganas de vivir. Le molestaba hasta la música que la rondalla tocaba durante la Misa. Al final de la misma tocaron el himno de la Virgen de los Remedios y sus ojos se llenaron de lágrimas y aunque su hermana trataba de sujetarla ella salió con paso cansado, renqueante, con la cabeza baja para no encontrarse con la mirada de nadie. No podía resistir más, necesitaba sentir el aire de la calle porque se ahogaba de pena y de dolor.

Espero que os haya gustado, es una historia real pero un poco contada a mi manera, Ya se que es triste porque triste lo fue para muchas mujeres de aquella época que se veían obligadas a crearse un mundo irreal porque el real se les quedaba pequeño o simplemente irrespirable.